miércoles, 9 de marzo de 2016

No es más que un truco















A menudo me cruzo con ellas. En el autobús, en una calle cualquiera, la cola del súper, en la universidad. En todas partes está esa chica. Viste a menudo con pantalones pitillo y botas no muy altas. Desenfadada e informal, no ha buscado que parezca que no se ha arreglado porque no le hace falta. No se ha arreglado, en verdad. Tiene veintipocos años, va escuchando música o incluso leyendo de pie en el transporte público. No se agarra en ningún sitio ni a nada, tiene los pies firmes en el suelo, impasibles. No le hace falta agarrarse. Todos nos hemos fijado en ella alguna vez: parece que va a comerse el mundo, parece inmortal, como si nunca pudiera envejecer, y no debido a ninguna enfermedad; sino más bien porque su juventud y su belleza parecen eternas.

Y, sin embargo(qué perra la vida), no lo son. Ni la juventud, ni la belleza. Ni siquiera la actitud se puede mantener para siempre. Somos instantes. Muy fugaces. Una minúscula luz en el universo. 
Pero, cuán resplandecientes pese a la fugacidad, y con que fuerza nos aferramos a la vida, por muy perra y cabrona que sea 

Por muy jóvenes y bellas qu seamos o hayamos sido